Testaccio: el imperial monte de Roma

No ha existido mayor imperio que el romano, e imperial son por tantos sus montes y hasta colinas. De singular y simple belleza, este lugar es hermoso no por la estampa que deja, sino por sus huellas. Y es que, ¿quién ha dicho que la arruga es fea?

En arqueología las huellas del paso del tiempo son de extraordinaria belleza. Apreciables por quienes gusta de conocer y admirar más allá de lo que la vista enseña. A quienes amamos echar a volar la imaginación, un lugar como el Monte Testaccio de Roma no debe dejarnos indiferentes.

Joyas de la arquitectura

Como abuelas que cuentan cuentos. A un buen observador le sobran las palabras para entender las historias que están escritas en la piel de esta colina romana. Son las marcas dejadas por las ánforas las que delatan la edad del Monte Testaccio.  Y es que sus tierras están llenas de los restos de sus distintos visitantes y viajeros de la antiguedad y de los barcos que partían hacia el Guadalquivir.

El enclave de este rincón, que aún conserva restos de la cal que, posiblemente, se esparcía para desinfectar la zona del paso de los animales de carga, se encuentra a orillas del río del Tiber, dentro de la muralla Aureliana.

Por el Monte Testaccio, testigo de la vida habitual de Roma, se trasladaba el aceite que debió servir de la base de alimentación de la población romana.

Bodega de excepción

El Monte Testaccio destaca también por su temperatura, una temperatura de 17 grados que tiene y que, han dado lugar a que el sitio se convierta en cueva para el almacenamiento de vinos.

Por cierto que los italianos conservan su amor por el aceite de oliva, hasta el punto de que empresas italianas aún comercializan con el aceite de Andalucía.

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